NeuroFelicidad

La neurofelicidad es el resultado de la activación de determinados circuitos cerebrales, unos circuitos diseñados y perfeccionados por la evolución del ser humano para brindarnos un estado de bienestar.

 

Lógicamente, en esos circuitos neuronales intervienen neurotransmisores concretos que pueden ser estudiados científicamente.

 

La clave está en descubrir cómo activar esos circuitos de modo voluntario y consciente pues, de este modo, podremos proporcionarnos a nosotros mismos experiencias de bienestar. En una frase “Entrenar a nuestro cerebro para ser más felices”.

 

El cerebro se transforma cada día, a cada instante. Justo, mientras lees estas palabras, tus neuronas crean conexiones a una velocidad impresionante. De hecho, se conectan de 5 mil a 15 mil neuronas promedio frente a un estímulo básico, durante un día común y corriente. Ahora piensa que tenemos 100 mil millones de neuronas y que la velocidad de conexión que tienen frente a un estímulo sencillo es impresionante.

¿Quieres saber más?

Lo anterior significa que nuestro cerebro ha sido creado para aprender; y las neurociencias nos ayudan a comprender cómo sucede este proceso de aprendizaje.

 

Martin Seligman, padre de la Psicología Positiva, ha afirmado que el optimismo y la actitud positiva se pueden aprender. Esta afirmación está respaldada por los hallazgos neurocientíficos de los últimos años, que muestran que los circuitos neuronales implicados en el bienestar tienen plasticidad, habilidad de crecer y capacidad de cambio.

 

Ello significa que podemos enseñar a nuestro cerebro a pensar de manera más constructiva, a disfrutar de las emociones positivas y a elegir conductas de empatía, compasión y atención plena.

 

En diversas investigaciones se ha observado que una persona se califica a sí misma como feliz cuando es capaz de prolongar las emociones positivas de un momento dado y atender y saborear la experiencia presente. Al contrario, las personas deprimidas son incapaces de prolongar esta experiencia subjetiva de felicidad y, aun en el caso de que atiendan lo bello del momento presente, no pueden mantener viva esa experiencia interna. Esto implica que la felicidad no significa tener mayor número de estímulos felices durante el día, sino, más bien, la capacidad de atenderlos y prolongarlos en la consciencia. Es decir, no es más feliz aquel a quien más cosas buenas le suceden, sino aquel que es capaz de atender y guardar en su interior el recuerdo vívido de lo bello y lo bueno que le aconteció.

 

En conclusión, podemos afirmar que, gracias a las ciencias y el estudio de nuestro cerebro, su plasticidad y su habilidad de aprendizaje, hemos sido capaces de corroborar una de las premisas fundamentales de la Psicología positiva que afirma que el ser humano es responsable de su propia felicidad y que, independientemente de las experiencias que viva y de los contextos en los que se desenvuelva, es capaz de dirigir su atención a lo bello y lo bueno que le rodea, y así entrenar a su cerebro a ser feliz.

 

El bienestar es, al fin y al cabo, una elección personal.

 

Reprograma tus circuitos neuronales.

 

La última gran revolución de la neurociencia ha sido descubrir que podemos reprogramar nuestros circuitos neuronales. Hasta hace poco, se creía que la neuroplasticidad era limitada, es decir, que el ser humano nacía con un número determinado e inmodificable de neuronas, las cuáles iban deteriorándose y muriendo con el paso del tiempo.

 

Esta concepción de la neuroplasticidad afortunadamente hoy en día sabemos que estaba equivocada, gracias a interesantes experimentos realizados por psicólogos y neurocientíficos, se ha descubierto que el aprendizaje a nivel neuronal (conocido como aprendizaje hebbiano) consiste en que las neuronas son capaces de instalar nuevo cableado en función de la experiencia, ya sea ésta fortuita o con un esfuerzo consciente. Es decir que, a través de un entrenamiento mental adecuado, nuestro perfil emocional pueda cambiar y afectar de forma positiva a nuestra vida.

 

“Los avances producidos en Neurociencia demuestran que somos capaces de aprender a producir voluntariamente en nuestro cerebro un estado neuroquímico de Felicidad y Bienestar y que la Felicidad es una reacción biológica de nuestras neuronas, mediada por una serie de neurotransmisores químicos, siendo los más importantes la serotonina, la dopamina, la prolactina, la oxitocina y el GABA, que actúan como impulsores y promotores de la salud física y psicológica. 

 

“Hoy en día, sabemos que la felicidad refuerza el sistema inmunitario, induce a la producción de la telomerasa, que evita el acortamiento de los telómeros cromosómicos que se encuentra en la base del envejecimiento, y que de igual modo, la epigenética muestra como las decisiones que tomamos generan cambios que modifican nuestra información biológica más profunda, y que pueden incluso llegar a heredarse, plasmándose cambios genéticos de individuo a individuo”.

 

En definitiva la neurociencia, se emplea para que por medio de la neuroplasticidad de nuestro cerebro podamos aprender a conseguir cambios en nuestra vida y sentirnos más plenos y satisfechos.

 

4 claves para poder conseguirlo:

 

De acuerdo al Dr. Alex Korb, postdoctorado en neurociencia de la Universidad de California (UCLA), existen 4 claves que generan una espiral ascendente que inducen a que nos sintamos más felices y satisfechos con nuestras vidas; todo lo cual se encuentra respaldado por una interesante serie de estudios en el campo de la neurociencia.

 

A continuación, revisaremos esta claves una a una:

 

  1. Hacernos esta pregunta clave frecuentemente:

 

En ocasiones, sin poder evitarlo, nos sentimos culpables o avergonzados. Muchas veces, contrario a lo que podríamos suponer, esto ocurre porque la culpa y la vergüenza activan el centro de la recompensa del cerebro.

 

En palabras del doctor Korb: A pesar de sus diferencias, el orgullo, la vergüenza y la culpa activan los mismos circuitos neuronales, incluyendo la corteza prefrontal dorsomedial, la amígdala, la ínsula y el núcleo accumbens. Esto explica por qué somos tan dados a cargarnos con culpa y vergüenza: se activa el centro de la recompensa del cerebro. Y además, nos preocupamos mucho también. ¿Por qué? En el corto plazo, la preocupación hace que el cerebro se sienta un poco mejor (al menos hacemos algo con nuestros problemas).

 

En efecto, la preocupación puede ayudar a calmar al sistema límbico (que es el encargado de dar la respuesta emocional a las cosas que nos ocurren), al aumentar la actividad en la corteza media prefrontal, y al disminuir la actividad en la amígdala. Esto puede parecer contraintuitivo, pero nos muestra que si sentimos ansiedad, el hacer algo al respecto –aunque sea preocuparnos– es mejor que no hacer nada.

 

El problema es que andar todo el día preocupados, avergonzados o sintiéndonos culpables, difícilmente encaja con sentirnos felices, ni ayuda a resolver creativamente los problemas que nos aquejan. Más bien al revés, puede conducir a estados depresivos y la parálisis.

 

¿Qué nos sugiere la neurociencia al respecto?. Sugiere hacernos frecuentemente la siguiente pregunta: ¿De qué estoy agradecido?

 

¿De qué sirve? Sucede que la búsqueda de razones para sentirnos bien con nuestra vida, nos ayuda a elevar los niveles de dopamina en el cerebro. Pero no sólo eso. Sino que también eleva los niveles de serotonina. La dopamina es un neurotransmisor asociado al refuerzo y la motivación a través del placer, y la serotonina está asociada a la inhibición de la ira, la regulación del sueño y del apetito, y también a la sensación de placer y tranquilidad después del orgasmo.

 

Y aún si no hay mucho de qué estar agradecido, lo que importa es la búsqueda, pues al tratarse de una forma de inteligencia emocional, con el mero hecho de practicarla, se produce un incremento en la densidad neuronal en las áreas asociadas, lo que hace más eficiente el proceso.

 

En otras palabras, mientras más veces pensamos en qué estar agradecidos, más fácil es encontrarlo y sentirse mejor.

 

Y no sólo eso: al dar las gracias, se produce una retroalimentación sumamente positiva con quienes nos rodean, por lo tanto es una doble ventaja, tanto para nosotros, como para los que nos rodean.

 

  1. Darle nombre a los sentimientos negativos:

 

Según el estudio Putting Feelings into Words (Dándole nombre a las emociones), cuando se siente una emoción, se activa la zona llamada amígdala en el cerebro. Sin embargo, cuando esta emoción se nombra, se activa la corteza ventrolateral prefrontal, y se reduce la reacción de la amígdala. Por lo tanto, darle nombres y reconocer nuestras emociones, reducen su impacto.

 

En cambio, reprimirlas y evitarlas, no es la mejor idea. Según los estudios de K.Ochsner, de J.Gross y muchos otros, al reprimir una emoción, esta tiende a reaparecer, porque su resurgimiento es necesario, ya que es un mecanismo de alivio de la presión emocional que siente el cerebro y no se ha liberado.

 

Por lo tanto, una buena forma de enfrentar esas emociones negativas, es reconocerlas. Y aún más, asociarlas a abstracciones, o a símbolos, ya que así se liberan.  Por ejemplo, a través de la meditación.

 

  1. Tomar decisiones:

 

Al tomar una decisión, se activa nuestra corteza prefrontal y se reducen la preocupación y la ansiedad. Además, al hacerlo, se contribuye a encontrar soluciones a nuestros problemas, y nuestro sistema límbico se calma.

 

Pero, ¿qué tipo de decisiones debemos tomar? No es necesario que tomemos una decisión concreta. Basta con que tomemos una decisión que consideremos suficientemente buena, pues con ello ya se libera el estrés al que se somete la corteza prefrontal en su búsqueda de soluciones.

 

¿Y en ese sentido, por qué es bueno tomar decisiones?. Porque, aparentemente, aunque las cosas buenas ocurran porque sí, para el cerebro es más satisfactorio que haya una decisión voluntaria entre medio. Y esto se debe a que al hacerlo, se produce mayor liberación de dopamina en nuestro cerebro, que si no hubiera ninguna decisión.

 

Por lo tanto, como conclusión, desde este punto de vista, es mejor tomar decisiones sobre lo que hacemos, y no dejar que las cosas simplemente ocurran.

 

  1. El contacto.

 

El rechazo produce dolor y no hablamos sólo de dolor emocional. El rechazo activa los mismos circuitos neuronales que el dolor físico, específicamente una zona llamada corteza cingulada anterior. Por lo tanto, para el cerebro no hay demasiada diferencia entre una pierna quebrada… y un corazón roto. Hay un parentesco a nivel neuronal entre ambos sufrimientos.

 

Pues bien, resulta que una de las mejores formas de liberar oxitocina (que está relacionada con el parto, la lactancia, el orgasmo y con la construcción de relaciones de confianza y generosidad), es a través del tacto. Sí, de tocar al otro. No se trata de andar tocando a todo el mundo, pero basta con un apretón de manos o una palmada en el hombro, para que la respuesta se libere, una respuesta placentera, que incluso disminuye la sensación de dolor físico.

 

¡Y mejor aún si es un abrazo! Resulta que recibir un abrazo de 20 segundos, mejora nuestra condición cardíaca y nuestra sensación de felicidad en general.

 

También el darse un masaje, eleva la serotonina, disminuye el estrés y eleva los niveles de dopamina, y asimismo, libera oxitocina y endorfinas.